viernes, octubre 27, 2006

insensibilidad


viajar en transporte público en la ciudad de méxico nos ha vuelto insensibles. no sólo ante el sufrimiento y las necesidades del otro, también ante nuestro propio dolor.

todos los días, algún personaje se trepa a un microbús a pedirnos ayuda de diferentes maneras.
“mi hija necesita medicinas que no puedo comprar, ayúdeme comprando tres chicles por dos pesos”
“somos un grupo de obreros de la construcción, asalariados sin seguro...un compañero murió en labores y el contratista no nos apoya para el sepelio. aquí traigo el acta de defunción por si quieren verla. agradecemos con lo que puedan cooperar que no afecte su economía”
“los obreros de la ensambladora de microbuses casa tenemos 10 años en huelga sin que se resuelvan nuestras demandas y sin recibir salario. apóyennos comprando una rica golosina”

y así, madres solteras, ancianos, discapacitados, niños de la calle…todos solicitando una pequeña moneda que no afecte mucho nuestra economía, mientras unos miran para otro lado, otros se pierden dentro de sus ipods y si tienen suerte habrá alguien que sí les de una moneda.

nuestro dolor también termina cediendo ante el constante apretujamiento y zarandeo de los viajes en transporte público. no sólo se cumple la máxima del metro, donde dos cuerpos sí pueden ocupar el mismo lugar en el espacio al mismo tiempo [pero en el metrobús son tres], también está la aceptación estoica de los golpes y las caídas en el microbús, o del frotamiento de las partes privadas de un extraño que no logramos identificar para reclamarle.
más de una vez mi torpeza me ha llevado a dar codazos y rodillazos a seres que no se quejan, no se soban, y ni siquiera se enteran de que les pido perdón.

hoy me sobé. una señora pasó junto a mí con una inmensa bolsa que me pegó en el hombro. ella pasó de largo y ni cuenta se dio de haberme pegado. me sobé porque a pesar de que la ciudad te deshumaniza, me niego a aceptarlo y demuestro que sigo sintiendo y sigo siendo un ser humano.

de regreso a mi casa voy a llorar sin ocultar mis lágrimas. es otro tipo de dolor que también hemos aprendido a confinar a la soledad de un baño o una almohada, por comodidad o vergüenza, pero pienso rebelarme y demostrar mi humanidad a cielo abierto, sin esperar pasar por el bochornoso trance de tener que responder al “qué te pasa?” de algún consternado.

al fin, en medio de un camión atestado de personas es cuando más solo se está.
alrededor sólo hay indiferencia.

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